sábado, 7 de febrero de 2009

UN PUERTO DONDE ANCLAR

Muchas veces decidimos romper con esa vida a la cual entramos siguiendo el mandato familiar. Como si estuviéramos en un barco sin puerto seguro saltamos al océano, sin más víveres que nuestro inconformismo y la necesidad de ser protagonistas de nuestra propia historia. Es en ese océano donde encontramos desolación, amores que se ahogan e ilusiones que, insoladas y desesperadas de sed, se aferran a la primera gota de agua que encuentran, aunque esta no las sacie.
Así empezamos a construir otro barco, nuestra propia historia, todavía sin pensar en un puerto donde anclar. Y con ese barco vamos construyendo nuestra fortaleza, cargando nuevos amores, desengaños, deseos, ilusiones, desilusiones. Atravesamos tempestades, las resistimos, nos reconstruimos. Con cada tormenta pensamos en reforzar la fortaleza, sin darnos cuenta que nuestro encierro es cada vez mayor. Y llegamos a la mitad del viaje, la fortaleza es segura. Tememos a las tempestades por lo tanto nos aseguramos de que todas las puertas estén bien cerradas. Pero por algún lugar entra un rayo de luz que nos recuerda que afuera la vida sigue aun sin nosotros. Es entonces cuando escuchamos el eco de nuestra propia voz y suena vacía, hemos pasado demasiado tiempo con nosotros mismos. La fortaleza comienza a derrumbarse desde adentro. Un grito interno nos sacude: ¡debes atreverte a salir! Pero cómo, ¿con qué armas?, ¿cómo evitamos las tempestades? Las preguntas comienzan a sonar cada vez más fuerte y buscamos las respuestas en nuestra propia historia. Tomamos cada experiencia, la analizamos, pensamos en nuestros errores, tememos a volver a equivocarnos. Pero, cada experiencia es única, como cada tormenta. Nos damos cuenta entonces que tenemos la fuerza para reconstruir, ya lo hemos hecho durante gran parte del viaje. Es hora de dejar de temer, juntar nuestros éxitos y fracasos, unir todas las piezas y buscar un puerto donde anclar. A ese puerto llegaremos con temores, tendremos ganas de volver a la fortaleza. Podremos volver cuando queramos. Pero este viaje es solo de ida, cada milla que avancemos será única. Entonces por qué no anclar. Protegernos de las tempestades no evitará sufrimientos sino que nos privará de vivir.
VERONICA QUIROGA

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